Entre correspondencias virtuales, memorias y afectos, Vanessa Vargas y Betina Barrios comparten y cuentan su cotidianidad. Recuerdan momentos en los que estaban a tan solo unas pocas millas de distancia compartiendo el cielo de la misma ciudad. En este intercambio de cartas digitales dan a conocer sus maneras de existir como migrantes y cómo esto afecta las maneras en las que escriben y se mueven. Lo que las sostiene es su amistad, el lazo afectivo que han forjado, la lectura y el mar.
—Nicole Soto Rodríguez, Co-editora de CC
Buenos Aires, 1 de septiembre de 2023.
«Aristotle’s opinion was that friends hold a mirror up to each other; through that mirror they can see each other in ways that would not otherwise be accessible to them, and it is this (reciprocal) mirroring that helps them improve themselves as persons. Friends, then, share a similar concept of eudaimonia (Greek for ‘having a good demon,’ often translated as ‘happiness’) and help each other achieve it.»
Answers for Aristotle: how Science and Philosophy Can Lead Us to A More Meaningful Life. CUNY philosophy professor Massimo Pligliucci.
Querida, Vanessa
Ayer se consumió el día como una vela y tuve que posponer esta escritura, pero la abro con esta cita de una de mis lecturas de sábado por la mañana. Cada sábado aprovecho y leo ensayos o notas que, como es costumbre, los editores suelen liberar con intención de que sean leídas el fin de semana que es cuando, en teoría, disponemos de más tiempo de ocio. Y esta palabra y tú -y nosotros- ha determinado lo que hemos hecho juntas y cómo nos llevamos desde el primer día. Siento que habernos conocido de la forma en que lo hicimos, a través de una pregunta, dice mucho de las dos. La pregunta por ¿vas a dónde yo voy? ¿estás buscando lo que yo? ¿me suenas? Cuando nos escuchamos hablar, la una resonaba en la otra, y nuestro camino esa tarde era el mismo. Hacía tanto calor, y el agua era el norte. Todo el cemento nos expulsaba hacía el aire, y verlo nada mas, el horizonte azul.
Siento que esos gestos sin tiempo, tan de una infancia conjunta y no la misma, nos ha mantenido unidas, el hábito inquieto de buscar, reconocer y preguntar. Afortunadamente, sucedió que lo hicimos a punto de descender a una playa (una orilla) y quizás esa es otra característica que nos acerca, el contacto, la correspondencia. Me siento feliz de escribirte. He estado emocionada pensando en sentarme frente a la máquina únicamente para esto, como si estuviéramos llegando a la playa, o en la barra de un bar. Me da paz que estés en Barcelona, sueño con lo que beberemos y comeremos como hacíamos en la 14.
Ser del Caribe, mujeres, marinas en nuestras formas y experiencias, en movimiento. También la libertad, la independencia, hacer y decir lo que se piensa. Actuar en consecuencia, ¿esto no sería un baile? ¿Una ética de la danza? Que el cuerpo corresponda al pensamiento, que se haga lo que se cree. Qué dolor pensar en hacer aquello que no se cree. No puedo. El motus es el deseo, la correspondencia de pensamiento y acción. Me alegra que hayamos podido generar una suma de todo esto aún en la distancia, que pongas el cuerpo a mi voz. Y que esas palabras que brotan adquieran su forma en ti. No puedo reconocer de dónde vienen, como un pulso. Cuando te veo bailar esas palabras inquietas, me parece que cobran su verdadero cuerpo, que no es una página, no es una letra, es un cuerpo.
Te quiero mucho.
Betina.
P.D.: Pienso en cómo inicia esta carta, Ayer. De algún modo vivimos ahí (y eso haría este ejercicio más fiel) e intentamos reproducirlo en el presente. El poema, la danza está en el ayer, en un eterno paso fugaz, una llama efímera que es capaz de reaparecer y de algún modo no consumirse nunca.
Querida, Beti
Hoy es viernes en Barcelona, y recibo tu carta con ilusión, en medio de los últimos días de sol del verano. A veces salgo a la calle y trato de atraparlos entre mis manos, otras veces me gusta atravesarlos con todo el cuerpo.
Comienzo a leer tu carta, y recuerdo ese primer año en Nueva York. Como migrante, tengo tantas preguntas, y es difícil llegar a responderlas. Hay algo que se rompió en mí para siempre, el cuerpo está tan fragmentado, hay tanto mareo, los recuerdos, la memoria, los amores regados por todos lados, las vivencias ocupan espacios borrosos, a veces se me hace difícil distinguir realidades concretas, de sueños, deseos. El tiempo se siente elástico, y no es suficiente para describir ubicuidad, desborda la propia experiencia de sentirme en varios lugares a la vez. Durante ese mismo año, en que nos conocimos, estaba tratando de dar con aquella sensación de quiebre, de estar constantemente en un espacio liminal. De ahí que mi práctica en la danza comenzara a desplazarse de las formas, para abrazar la incertidumbre y el destierro como lugares de enunciación. También a darle valor a los modos de relación con otros, a todo lo que me rodeaba.
Por eso, creo que las preguntas que nos convocaron aquel día de verano en Broad Channel (curiosamente en una vía o puente sobre el mar) hicieron que nos encontráramos. Fueron una suerte de espejo, la posibilidad de vernos en la otra, conteniendo nuestra incertidumbre. Tengo la certeza de que, en esas preguntas, nos estábamos buscando a nosotras mismas, reconocernos en algo, en alguien, habitar con el cuerpo, ser en el espacio; pero lo único seguro que teníamos era el mar.
Generalmente nadie piensa en Nueva York como una isla. La ciudad ha recibido a tantos de nosotros a través de sus puertos. El agua siempre está en relación con el migrante, no solo porque es el mejor estado que podemos encarnar para movernos entre los cambios, sino que también podemos dejar que la corriente nos indique el camino. Es el lugar de la esperanza, porque sostiene la ilusión de llegar a la orilla, a puerto seguro; o también como lugar de contemplación, porque a veces no nos queda sino experimentar la simple presencia del cuerpo.
De salir a contemplar comenzaron a imbricarse nuestros encuentros. Al calor del verano, y de las conversaciones en la salida de emergencia de mi apartamento en Bed-Stuy, o en aquel loft de Classon. Pocas noches fueron suficientes para trazar este hilo afectivo que nos une. Aquí, el afecto no tuvo que ver con el contacto físico, para mí es la manera en la que las intensidades se encuentran entre nosotras, en la forma como nos queremos, nos comunicamos y colaboramos. El afecto se mueve en mi cuerpo como una danza, se transforma, una palabra tuya se hace gesto en mí, traslada y reconfigura el espacio al viajar entre Buenos Aires, Nueva York, Caracas y Barcelona, en forma de poema, video danza, o mensaje de WhatsApp. Esto me parece muy potente, la forma en que la migración nos encuentra creativamente, especialmente desde la correspondencia, los cuerpos, y las nuevas tecnologías en juego. Nuestra relación, creativa y afectiva, es un modo de intensidad que revela nuestra amistad y todo de lo que es capaz. Es el simple movimiento del cuerpo visto desde el lugar, la potencialidad de nuestros encuentros y de lo qué podemos hacer con esto que sentimos. El afecto nos ha ido indicando hacia dónde podemos movernos como mujeres, migrantes, como latinas, marinas, como artistas que imaginan juntas. Como amigas, de acuerdo a nuestras capacidades (propias y compartidas, personales e interpersonales), es decir; de lo que aportan nuestras prácticas, experiencias y saberes a esto que construimos en común, en un contexto y lugar a veces específico, otras veces borroso, y ambiguo.
La incertidumbre, de hecho, nos ofrece un margen de movimiento donde hemos podido experimentar sin necesidad de pensar en el porvenir: bailar, escribir, justamente en ese espacio de libertad que nos hemos construido en remoto. El deseo es esperanza, Beti, y es justamente el deseo lo que nos hace mover en libertad. Esta es la única certeza que tenemos, además del mar, esa que nos hace permanecer unidas, creando futuros. Que se intensifican en el momento en el que nos encontramos (en una improvisación de tu poema sobre el techo de una casa en Brooklyn) o en las múltiples potencialidades de nuestra amistad. Qué suerte tenemos quienes podemos practicar el decir del hacer, ser dueño de nuestro cuerpo.
Me despido con la emoción de nuestro próximo encuentro.
Barcelona 8 de septiembre de 2023.
Buenos Aires, 10 de septiembre de 2023.
«El espacio es un cuerpo en tránsito»
(Me parece que lo saqué de una publicación
de Facebook de Consuelo Méndez)
«Dance in the body you have»
Agnes de Mille
Mi Vane, aquí estamos. Otra vez. Ocupamos el espacio común a través de un cuerpo extraño, maquinal, pantalla, luz blanca bajo otra luz que ilumina el teclado. Pulso cada letra y se configura un tejido. Esta carta que se inscribe en el medio de una página falsa, una simulación de página, con sus medidas y todo. Estas letras que se van haciendo bajo una tipografía que no es la mía, que no es una caligrafía, pero es la carta que podemos escribir. Estas cartas electrónicas, esta vida electrónica. Me enfurezco de que haya reiterados cortes de internet en casa. Es una cárcel que emite facturas. Sucede que la misma compañía tiene el monopolio de la manzana en la que vivo. No puedo cambiar de proveedor. Siento un fuerte deseo de rebelarme. Pero no puedo. Así como nuestro país no ha podido rebelarse. La única rebeldía es el amor, la paciencia, reencauzar las duras emociones, la rabia.
Hay una condena en ocupar el espacio. Primero, por la migración, el cuerpo tuvo que irse. Debió dejar sus paisajes, sus paredes, y los afectos que estaban enmarcados en todo eso. Los viejos amores parecen dibujarse amarillos en el recuerdo. Con la migración, ¿la vida se vuelve múltiple? ¿nos convertimos en gatos? Ambas convivimos con tres gatos, ¿qué será esto? Hay recurrencias, deslizamientos, correspondencias en tantas cosas, ciudades, necesidades, prácticas, temores. La misma forma de vivir silenciosamente haciendo. Qué difícil es, pero qué importante todo esto que decimos: encontrarnos en un paisaje común, una orilla, una playa. Y que la danza y la escritura sean orilla y agua, que las letras y el cuerpo fragmentado sean gotas de agua, granos de arena que se juntan entre sí y con otros para configurar una vista posible que abriga bajo el mismo signo.
Migrar y bailar, escribir y viajar. Leer.
Creo que esa es la clave: la lectura.
Habernos leído, leernos la una a la otra, leer juntas. Los cuerpos, los acentos, los mapas, las casas. Explorar territorios posibles: ¿escaleras y terrazas? No estoy segura, ¿Fuimos juntas al Salvation Army frente a la casa de Quincy? Iba seguido, creería que fuimos juntas también. El lugar del que salieron los muebles, los vasos y platos del loft. ¿Migrar es eso también? ¿Heredar piezas desconocidas, reconfigurar valores, reinterpretar herencias que no podían preverse? ¿Quiénes se habrían sentado en esos sillones, comido en esos platos, bebido en los vasos y usado esos cubiertos? ¿Quiénes han habitado las casas en que hemos vivido desordenadamente entre ciudades ajenas y propias? ¿Cuántas oportunidades de lectura nos ha dado el viaje? Las clases de yoga que compartimos como una oportunidad del cuerpo como danza, bajo posturas fijas, y encadenarse y movernos. Qué alegría eso. En fin, esta carta está un poco dispersa, pero es así como me siento hoy. ¿Es así como se siente hoy?
Te quiero todos los días.
Betina.
“En un mundo tan imprevisto y en el universo que percibimos,
la danza está para llenar un vacío e intentar una comunicación”
Hercilia López
Beti, querida. Escribo esta carta un sábado, y no un viernes como acordamos. La semana transcurrió en una residencia de creación, y es hoy que salgo de este trance en el que necesitamos estar para que las cosas pasen. Como sabes, en mi investigación doctoral estoy explorando la idea de borrar los límites que existen entre la teoría y la práctica en las artes vivas, entre los archivos y la corporalidad, entre el estudio de danza y el aula de clase. Esa idea de meterme en los bordes, entrar y salir, de investigar la periferia y el centro de la historia de la danza en Venezuela, de lo que me mueve y me afecta de ser una bailarina venezolana. Presenté este proyecto el año pasado en Movement Research, en Judson Church; pero sentía que seguía siendo un trabajo en proceso. Entre la maternidad y la migración, me ha tomado dos años y dos países cerrar esta coreografía.
Esta semana tuve la suerte de poder entregarme de nuevo, entrar al estudio de danza y ocupar el espacio, (confieso que me da vértigo cada vez que sucede). Estuve de residencia artística aquí en Barcelona, y en el proceso, tuve una iluminación que no me esperaba: esa metáfora en la que insisto en mi tesis, que también es una investigación coreográfica, viene de esa sensación de estar siempre en medio, en el umbral, entre dos situaciones, dos países, dos universos; de encontrarme moviéndome entre espacios marginados y lugares centrales, de atesorar videos para volver a esos momentos si acaso la memoria falla, o de vivir intensamente con el cuerpo, porque una fotografía puede perderse en el camino, pero además porque la memoria que ofrece no es capaz de contener la vida. Entonces, ese espacio en -medio- que estoy explorando entre los archivos y los documentos de las artes vivas en Venezuela, no es más que la idea de encontrar paz y entenderme desde el cuerpo en esta zona liminal que significa migrar.
Pero, quién más que tú para entender-nos entre cajas, y memorias esparcidas entre ciudades. Algunas en Buenos Aires, en mi apartamento en Brooklyn, y otras en Caracas, o Barcelona. De esto hemos hablado tanto, tomando botellas de vino en vasos de segunda mano sentadas en un sofá que conseguí en la calle, por mensajes de texto, notas de voz, o más recientemente a través de estas cartas, con la tipografía que escoges para esta conversación, y que dices que no te pertenece. Cosas que no son del todo nuestras Beti, pero a través de las que hemos podido construir una forma de comunicación, de creación, de imaginación, de amistad. Entonces entiendo el afán por nuestros oficios, quizá es lo único que nos acompaña y es verdaderamente nuestro. Nadie nos quita lo bailado, dicen.
Mientras te escribo me doy cuenta lo parecido que es migrar de la práctica de la improvisación en la danza: habitar con el cuerpo un espacio inhóspito, que no nos pertenece del todo, poder reconfigurarlo, lograr enunciarnos desde ahí, para luego dejarlo, saber soltar y seguir. Como en la danza, migrar me ha servido para adentrarme en mi cuerpo, y darme cuenta que he sido varios cuerpos, que se crean y desaparecen (creo que te refieres a esto cuando hablas de las vidas múltiples). La danza me ha permitido ser flexible y amable con mi cuerpo, a saber esperar, pero sobre todo lo potente que es la amistad en el camino, y de lo importante que has sido en mi vida, el tiempo compartido, tus poemas escritos en una libreta donde también está una lista de mercado, o una diligencia por hacer. Recuerdo aquel día que fui a rescatar algunas de tus cosas en el loft de Quincy street: tu bicicleta, y una caja con libretas. Desde entonces conservo tu cuaderno de notas, que bien podría ser un poemario.
Tratando de responder tu pregunta, creo que parte de migrar tiene algo que ver con ir recogiendo los pedazos que otros dejan en el camino, darles otro nombre, darles otra oportunidad, quizá porque entendemos el valor de las historias detrás de los objetos olvidados.
Sí, fuimos juntas al Salvation Army, ese que estaba frente a la casa de Quincy, ese día no encontramos nada. Por cierto, me parece que ya no existe.
Te quiero mucho.
Barcelona, 16 de septiembre de 2023.
Buenos Aires, 3 de Octubre de 2023.
Mi Vane, imagínate. Puede que ya no exista, así es.
Así son las ciudades, una especie de conjunto variable con erupciones naturales y artificiales que van cambiando de dimensión, crecen o se recortan hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo, y me obsesionan. Se parecen a la escritura.
Decía William Niño Araque, «El texto de la ciudad». Creo que tiene mucha razón en su metáfora (y otras más). Las ciudades son como libros, la ciudad y los libros, se parecen mucho. Cajas imposibles de clasificar, torres que pueden apilarse y simular edificios, muros, paredes… ¿Por qué una novela es una novela, o un poema, o un cuento? Me han dicho que mis poemas son cuentos, que no son poemas. Me gusta eso. Me gusta que se emancipen de los supuestos, que sean otra cosa, que no sean textos tiesos sobre hojas, que se vuelvan voz, que se hagan cuerpo, el cuerpo del texto, el texto que baila. Me has ayudado a sentir esto. Viéndote bailar he sentido ganas de escribir, y también ganas de llorar, y escribir me hace llorar y el amor también.
No sé qué es lo que me pasa con estas cartas, pero me resultan ejercicios. Y voy a quedarme con esa idea e intentaré darle forma. Una práctica o un ejercicio es algo que sucede también en un ‘no tiempo’ que es la disposición para hacerlo, que es también reunir las condiciones para un desempeño, para un intercambio. Las prácticas, por más solitarias que sean, involucran siempre otros sujetos aparte de las líneas que delimitan nuestro cuerpo, nuestra piel, ese contorno limitado que nos reúne e individualiza.
En mi viaje a la Patagonia estuve en los senderos que llevan a los cerros Fitz Roy y Torre. La carretera que lleva de El Calafate hasta El Chaltén, que es el pueblo desde el que surgen los senderos para ver estas montañas, debe ser una de las más hermosas del planeta. Es una infinidad, una cosa abierta, un desierto lleno de animales que llaman Guanacos, que son como unas vicuñas o llamitas o camellos. Son bellísimos, y están ahí mirando y comiendo, escritos en el paisaje. Se agrupan a los costados de la carretera que se extiende poco más de 200 km. Sobre la ruta se bordean ríos, valles y lagunas; y de pronto aparecen los cerros dorados como diamantes de luz, unas agujas que destellan y a las que te aproximas sin perder de vista mientras cobran dimensión ahí quietas. Para subirlas duermes en El Chaltén, y anidas en la falda de las montañas.
Hay que prepararse para la senda. Había mucho hielo y nieve, así que alquilamos crampones y bastones para adentrarnos en esos cerros durante dos días enteros. Meterme en las montañas es de las cosas que más amo hacer, y cuando estoy en ellas reparo en cómo he crecido ahí dentro, y mi cuerpo lo sabe. Salía del colegio y me iba a las quebradas del Ávila, esos cerros en los que dormí varias veces y que conocí muchas de sus sendas. Un maestro sublime porque mi cuerpo no olvida, es una comunión. Hacer senderismo es como escribir, y es como bailar, es una práctica y una disciplina. Hay que emparentar la capacidad de ver con el movimiento del cuerpo, medir las horas y los kilómetros. Entras en un laberinto de bosques, ríos, piedras, pájaros, caminos. Estaba ahí y pensaba en que debía escribirte, pero también pensaba en quién sería y qué escribiría una vez terminara el viaje. En el senderismo se va rozando el cuerpo con el mundo en una danza preciosa y valiosa que hace sentir la vida entre los dedos, cazando ramitas, tocando los frutos raros, escuchando el río, sintiendo el movimiento del sol.
Deseo, amiga, que conozcas la Patagonia. Ojalá el movimiento y las palabras nos lleven siempre al límite y a desafiarlos, a encarnarlos, a formarnos con cada roca que tropezamos y que nos proponemos escalar. Te dejo todo el follaje que ví, esos animales, los glaciares, las lagunas. Ojalá sientas algo de lo que escribo como si lo estuvieras viendo. Hacer eso, sea cuento, poema, es literatura, y me basta, porque lo que siempre sueño es con el viaje. Y por poner en práctica esa adicción te conocí. Así que ahí está, es mucho lo que me ha dado.
I love u.
Betina
Última carta.
Estoy frente a la hoja en blanco, vacía, luminosa y fría, que me ofrece la computadora, ésta que ha sido el soporte que nos ha permitido seguir nutriendo esta amistad, para escribir las últimas líneas de este ejercicio epistolar, que no es más que una declaración de amor a toda costa, y cuando digo costa, me refiero a todo el mar que siempre nos ha separado, pero que también nos ha unido.
Pienso en la amistad de Lygia Clark y Helio Oiticica, en una serie de intercambios afectivos que llamaron Cartas (1964-1974), (inspiración para estas epístolas), que informan un vínculo radicalmente poderoso entre estos dos artistas brasileños. Ambos lograron un puente entre el cuerpo y la palabra que siempre me ha parecido fascinante. Poder sentir sus prácticas, modos de relación y sensibilidades entre las líneas de cada carta, que no solo dan cuenta de formas estéticas compartidas, preguntas profundas sobre el arte vivo, las potencialidades del cuerpo, la sexualidad, y conversaciones domésticas, sino que también son una luz para percibir un contexto creativo dominado por la cultura de su tiempo, el fantasma de la dictadura, la censura, la desaparición de los cuerpos, el trauma, el exilio; y al mismo tiempo sentir la creatividad, la imaginación y la creación, desde una dimensión profundamente íntima y personal. Entonces decido traerlos a esta última carta con gratitud, en un homenaje por haberme insuflado de inspiración para escribir estas palabras.
Viniendo también del oficio del periodismo, tengo el tabú de hablar de mí. Escribir en primera persona no está permitido, no es objetivo. Cuando lo hago, procuro no poner en el papel palabras que no haya dicho yo. Todo siempre es una cita, un testimonio de otros, una entrevista, pareciera que lo que digo siempre está atravesado por alguien más, cosa que no puedo hacer con el cuerpo. Cuando bailo no hay manera de referirme a otra entidad, a otra experiencia. Todo gesto, cualquier movimiento siempre termina poniéndome al descubierto, no hay forma de escindir mi cuerpo de todo lo que me contiene. Imagino que, por eso hubo algo dentro de mí que hizo que la relación de estos dos amigos me estimulara, y te invitara a escribir movida por esta provocación Carioca.
Por eso, Beti, celebro tu poesía. Es realmente arriesgada la manera como te desbordas en el papel, que, a diferencia de la danza, lo que dices queda impreso, pero de alguna manera también está vivo. Tu poesía dice exactamente de ti, todas las palabras, las letras, las comas, los acentos, son la medida de lo que comunicas. Me siento afortunada de tenerte como amiga. Leyéndonos, creo que nuestras prácticas en solitario, la poesía y la danza, han podido encontrarse y tomar la forma que necesitan. Se mueven como un cuerpo, se trasladan, reorganizan el espacio juntas, se desplazan con sensibilidad cuando nos escuchamos, ocurren en el tiempo exacto que hemos construido para nosotras. Una relación remota, definida por la migración, la precariedad, los husos horarios, los bordes y límites geográficos. Calculamos nuestros encuentros tal vez en un tiempo cronológico distinto al que sucede en la calle, y así nos perdemos y nos volvemos a encontrar, entonces aparece un texto, una frase de movimiento, y de pronto, toman su propio camino porque son capaces de ser por ellas mismas.
Me gustaría visitar la Patagonia contigo algún día. Leyendo estas cartas pienso en lo potente de nuestra amistad, me invade la idea de que tengo muchos años que no te veo, Beti. Escribiendo me recuerdo lo mucho que te extraño, hablar de cerca, contarnos cosas, compartir un vino. Pero tengo la sensación de que hemos aprendido a vivir a distancia. Al principio de la carta dije que sería la última, pero no es así. Estas cartas hablan de la manera en la que nos ha tocado compartir nuestra amistad, nuestras prácticas, nuestro trabajo juntas, de los países en los que vivimos, de lo que huimos, de los futuros posibles, de nuestra época, de artistas, de mujeres, migrantes, de navegantes. Estas cartas son puentes sobre el mar.
Barcelona, 3 de octubre de 2023.